martes, 27 de diciembre de 2011

Esteban Carlos Mejía / Elkin Restrepo y Triunfo Arciniegas

 Elkin Restrepo y Triunfo Arciniegas

Un poeta que narra

y un cuentista que poetiza

 
Por Esteban Carlos Mejía
Rabo de Paja
El Espectador, martes 27 de diciembre de 2011

¿In vino veritas, in aqua sanitas? Alzo la copa, brindo con mi amiga Isabel Barragán y le canto la tabla: “Eres una mujer bellísima, muy sexy además, pero tu vanidad es mortal pa'l pecho”.

Esteban Carlos MejíaSe antoja de natilla y buñuelos. “¿Vanidad?”, pregunta no sin desfallecimiento. Le cojo la mano y le leo la palma, arte aprendido hace años de mi tía Genia. Leo sus intrincadas líneas y veo lo que en otras escasea: hermosura, bienestar, longevidad, hasta un matrimonio feliz. “Parecés en un cuento de Elkin Restrepo”, dice y se pone a hablarme de La orfandad de Telémaco (Sílaba, Medellín, 2011), el más reciente libro de relatos del poeta antioqueño.
          “Son veintiocho fábulas realistas que rozan lo misterioso, lo anacrónico, lo incomprensible”, me explica. Una ciudadela en ruinas, repleta de extrañas pirámides. Una muchacha que lee a Paul Celan y, desengañada del hombre que ama, muere en soledad y miseria. Una urna funeraria en el solar de una casona en venta. Parejas desiguales en edad y sentimientos que se encuentran y desencuentran sin esperanza. Una adivina que trastoca las convicciones del narrador. “Creer es crear”, opino. Isabel sonríe. “Son historias elegantes, con finales abruptos e insospechados, de franca y deliciosa displicencia”, dice. “Al igual que los versos de Casemiro Rosa, el poeta brasileño de uno de los cuentos, la prosa de Elkin Restrepo es sencilla y llena de resonancias, como una charla entre viejos camaradas, con ‘significados inesperados, de tinte simbólico o sobrenatural’. Da gusto leerlo. Es un poeta que sabe narrar”.
             “¿Y eso se puede?”, digo. “Al revés también”, responde. “¿Narradores que poetizan?”. Dejo la natilla: los ojazos verdes de Isabel centellean en la tarde encapotada. Le pido un ejemplo. “La literatura de Triunfo Arciniegas hace honor a su nombre”, dice, mientras con la punta de los deditos palpa los buñuelos. “Por ejemplo, en Noticias de la niebla (Ediciones Pluma de Mompox, Cartagena de Indias, 2011), su escritura vence y convence sin ambigüedades. Es inquietante, sugestiva, espléndido arquetipo de la punta del iceberg de Papá Hemingway: lo que leemos es apenas la punta de un colosal iceberg que navega en las aguas de nuestra imaginación”. La oigo embelesado. “Son textos breves, entre poesía y prosa”, dice. “Equívocos, soberbios, inteligentes, trabajados con precisión y pulcritud estética”. Abre el bolso, saca el libro y me ofrece tres joyas. “Bolero según Gregorio Samsa / Ya sé que sólo soy un insecto en tu vida”. “Corrientes alternas / En coitos circuitos me electroputas”. “Fetichista / Adoraba hasta los pies de página”. “Son como trinos de Twitter”, digo. “Confunda pero no ofenda”, replica. Me lee Pasión azteca: “Al rodar por el lomo de piedra, aterrado e incrédulo, contemplo mi corazón en las manos del sacerdote”. Y agrega, triunfal: “Con Triunfo Arciniegas las palabras hablan por sí mismas”. De improviso me dan ganas de palparle el monte de Venus... el de la mano, mal pensados.




jueves, 22 de diciembre de 2011

Triunfo Arciniegas / Miel


Triunfo Arciniegas
MIEL

Antonia se restregaba los dedos hasta enrojecerlos. Dedos tan pulcros como la cocina, todo era pulcro en la cocina, como exigía la señora, que tal que de pronto metas un dedo en mi plato de sopa, muchachita asquerosa. Los limones desaparecían de la despensa al menor descuido y luego aparecían en la basura estas cáscaras que la muchacha restregaba en los dedos y las axilas. Se restregaba casi con rabia para arrancarse el olor a sirvienta. Heliodoro Ramírez detestaba el olor de la cebolla, propio de las criadas, y se chiflaba por las uñas pintadas y los perfumes caros. Heliodoro Ramírez, pobre deschavetado, con delicados gustos de señora. No le cabía en su cabeza de muchacha loca por qué la señora mandaba comprar tres docenas de limones por semana. Devolvió a la basura las cáscaras dos veces usadas y colgó el delantal en la puntilla. Se sentía fatigada y nerviosa, vería a Heliodoro Ramírez al otro día por la tarde, se obligaría a dormir profundamente para amanecer fresca y reposada, como el agua del Pozo de la Virgen. Antonia, bella durmiente, se descalzó y avanzó en puntillas por el corredor. La señora detestaba los ruidos más leves, sobre todo cuando dormía: una rata extraviada en el jardín, un escarabajo escalando un tronco rugoso, las cucarachas en la cocina. "Tengo sueño de ángel", predicaba. Antonia no podía imaginar el vuelo de un ángel tan pesado. Si la remolcaran las nubes, tal vez. La señora había olvidado cerrar la puerta del dormitorio. Antonia se acercaría despacio y cerraría con dedos de seda. Entonces, en el momento que empuñaba la perilla, la vio, desnuda y con las piernas abiertas, en su cama de emperatriz, exprimiendo el limón sobre el abundante musgo del sexo. El dolor le destrozaba el rostro mientras gemía como un perro detrás de una puerta cerrada. Qué tetas más grandes. La muchacha se retiró sin cerrar.
         -Antonia.
         Volvió sobre sus pasos. La señora seguía desnuda, desfallecida bajo los senos enormes, mordiéndose los dedos.
         -No vuelvas a hacerlo. No me espíes, carajo.
         -No, señora.
         -No me gustaría matarte.
         -No, señora.
         -Sirve para algo. Cierra la puerta.
         -Sí, señora.
         -Sirvienta de mierda, criada del carajo, queca asquerosa, manteca...
         Antonia se desnudó de prisa y se metió bajo las cobijas. Sólo podía dormir desnuda, desde niña, como se lo había enseñado la tía Ada. El corazón le brincaba como aquella vez que sorprendió al primo orinando. Estaba borracho y no la vio. Se quedó quieta, petrificada detrás del árbol, hasta que el primo sacudió el miembro y lo guardó. Lo vio subirse el cierre y volver a la cocina. Era la primera vez. Evitó al primo en todo lugar y momento. No volvió a mirarlo a la cara, consciente de que su olor la perturbaría y una sola palabra suya provocaría la perdición, hasta que el primo encontró mujer y se fue a vivir con ella a una ciudad distante. Antonia no se cruzó con ningún hombre sin imaginarse el miembro, el pájaro dormido y dispuesto a picotear el fruto de sus muslos. Calculaba las dimensiones por una medida de su invención: las manos y los pies. Manos y pies grandes correspondían a una cosa grande. Sólo años después supo de su textura, de sus venas, de su dureza, por ciertas lecciones de Heliodoro Ramírez. Su olor y su sabor. Ay, Heliodoro, vas a matarme. Mañana, tal vez mañana me conozcas por dentro. Se levantó a atender a los pequeños. No los había alimentado en todo el día, cómo era posible. Tanto trabajo, tanta jodedera. Se arrastró bajo la cama y alcanzó la caja de cartón. Eran tan obedientes, tan silenciosos. "Tengo bichos en la cabeza, Antonia", había dicho la señora.  Por pereza, porque lo consideró natural, Antonia no se vistió para traer la miel y las migajas de pan de los pequeños. De regreso, en el corredor la sorprendió la voz:
         -Antonia.
         -Diga, señora.
         -Deja de andar desnuda por la casa, maldita sea.
         -Sí, señora.
         -Me gustaría matarte.
         -No, señora.
         -Me gustaría matarte, perra.
         -Sí, señora.
         La mujer elevó la voz hasta el desgarramiento:
         -Te destrozaré las teticas de perra.
         -Sí, señora.
         -Te arrancaré los pelitos, te violaré, te mataré a escobazos.
         -Sí, señora.
         -Maldita sea, hija de puta, no vuelvas a despertarme.
         -Sí, señora.
         -¿Qué dices, Antonia?
         -Buenas noches, señora.
         Corrió a ocultarse y se limpió las lágrimas con el antebrazo. Se puso un camisón, derramó un chorro de miel en la tacita de los pequeños y desmigajó el pan. Depositó la tacita en el fondo de la caja y los animalitos no demoraron en voltearla. Eran tan traviesos y golosos, tan silenciosos y obedientes, como niños buenos sin parque ni domingos, y enloquecían con sus caricias. Antonia esperó que terminaran. Tapó la caja y se acostó.
         Me conozcas, me abras, me esculques. Te engrudes de mi miel y te sacies. Te revuelques como un desesperado entre mis piernas, Heliodoro, te derrames y descanses de tus tormentos, y luego otra vez, y otra vez.
         Madrugó a recoger más pequeños en la humedad del jardín y los guardó en la caja. Diseminó el insecticida y recolectó los cadáveres de las cucarachas. Barrió y trapeó la casa, preparó el desayuno mientras la señora se lavaba. La vio recorrer la casa como la reina que revisa los jardines del palacio, con su bata roja y las pantuflas de peluche, la toalla a manera de corona. Cuando le llevó el desayuno a la habitación, la señora estaba arreglándose las uñas, parodiando la posición de loto. El resto de la mañana se dedicaría a perfumarse el cuerpo obeso y acicalarse los rojizos cabellos. Que se tomara la tarde libre, toda la tarde, así dijo la señora, que se fuera al carajo. Que vuelvas bien noche, putita barata, ¿me oíste?  Con el cuerpo dichoso la muchacha salió al mercado y soportó los piropos del carnicero. Un niño bailaba el trompo en la esquina, se sonrieron. Lavó dos blusas y el vestido negro de la señora,  se lavó toda y se peinó tres veces en media hora. No almorzó. Bajo un árbol en flor, con el cuerpo dichoso y liviano, con vestido nuevo, esperó el bus. El chofer le miró las piernas. Encontró un puesto libre junto a la ventana y se entretuvo con los rostros y los vestidos. A las dos y veinticinco esperaba en un escaño del parque Pepe Romero. Se contempló las uñas, los dedos, las líneas de la mano, se mordió la punta de los cabellos, contó hasta treinta hormigas. Una pareja de estudiantes se besaba, el muchacho la acosaba contra el árbol mientras ella se protegía con los cuadernos. Pasó una mujer de negro con un ramo de flores. La vio cruzar la avenida y entrar al cementerio. Heliodoro Ramírez apareció agitado, las botas empolvadas, mirando a todas partes, la gorra en el bolsillo, que se había volado, que mejor otro día, compartieron un helado y se marchó entre disculpas y promesas. Todavía no eran las tres de la tarde y, para cumplir con la señora, Antonia debía regresar por lo menos a las diez. Entró a la iglesia de la Virgen de los Remedios, encendió una veladora y depositó una moneda en la alcancía. Se acercó al confesionario como un animal acorralado. Le dolía el estómago.
         -Lo deseo, padre, y él también me desea.
         No oía, sólo quería contar.
         Gritar.
         -Nunca lo he hecho, padre. Sólo dejo que me toque los senos. Quiere morderme, quiere todo. A veces lo toco, padre, lo chupo. La señora también lo desea, se le nota en los ojos, le tiembla el cuerpo cuando lo invita a tomar café. Resopla, padre. Si se acuesta con él, la mato, padre, antes que ella me mate.
         Antonia regresó al parque. La brisa tibia, los papeles sucios, los viejos dormidos. "Deja ese hombre, hija mía, deja esa casa." Es decir, deja el mundo, muchacha, lo que tienes. Pero no. No tenía otro mundo, no tenía nada. Recorrió una y otra vez las mismas calles en un profundo estado de desasosiego, hasta que un policía se consideró invitado. Como perros, huelen las sirvientas, pensó con rabia. Volvió a la iglesia. Penetró por una puerta casi secreta, atravesó un patio desierto y se arrodilló junto al agua bendita del Pozo de la Virgen. De niña, la tía Ada la enviaba desde el pueblo por una botella de agua bendita. La tía Ada bebía una copa cada noche para alejar las tentaciones. Más arriba, en su cueva de piedra, la Virgen de los Remedios extendía sus brazos de mármol. Alguna vez había vertido lágrimas de sangre. Antonia contó todos sus deseos y todas sus urgencias. La tía Ada sucumbía a las tentaciones y luego prometía que no volvería a tocarla. Antonia lloró un rato, se lavó la cara, el cuello, los pechos, y abandonó el lugar. Entró a un cine pero no siguió la trama, se cambió de puesto porque un hombre se sentó a su lado y le arrimó la rodilla. Con las imágenes de los cuerpos desnudos que se hacían el amor volvió el desasosiego. Abandonó el teatro. Decidió regresar a pie para quemar tiempo. Ni siquiera se fijó en mi vestido nuevo, en el botón suelto, ni me cogió la mano. Qué vaina, Heliodoro, justo cuando estaba por abrirte las piernas. Le apretaban los zapatos, si la gente no se escandalizara viéndola descalza. Si los andenes no estuvieran tan sucios, con tanto destrozo de botella, tanta caca de perro. Se preguntó por qué tendría tanto pelo la señora, por qué esas tetas que cargaba a todas partes. La vio tendida y atormentada, las piernas y los brazos abiertos, el sueño de un carnicero. En su propio cuerpo ya era tiempo de que  abundara el musgo, Antonia no quería verse siempre como una niña. El vampiro me visita desde hace tres años. Soliviantada, decidida, entró a una farmacia donde no la conocían: la señora solía enviarla a otras por alcohol, toallas y cosméticos. Hormigas en el cuerpo, sudor entre los dedos. Volvería a casa de inmediato. No se burlarían. "Insomnio", explicó al calvo que exigía datos con la misma voz del sacerdote y la solapada curiosidad, y, con el frasco en la mano sudorosa, esperó en el jardín hasta la noche, cuando Heliodoro Ramírez salió abotonándose. Soltó la gorra a mitad de camino y, al agacharse, se le deslizaron los billetes del bolsillo de la camisa. Maldijo, se alisó el uniforme con las manos y desapareció con su cara de espanto. Una gata escarbaba en el jardín para ocultar los excrementos. Observándola, Antonia hundió las manos en la tierra, se mordió la boca, restregó la cara contra las manos untadas. Corrió a lavarse, contó tres cáscaras de limón en la basura mientras se secaba con el delantal. La señora llamó desde la cama. 
         -¿Qué son esas carreras de loca?
         -Perdone, señora.
         -Sólo quiero café.
         -Como guste, señora.
         La voz se alteró en alaridos:
         -No te atrevas a robarme el esmalte.
         -No, señora.
         -No te untes mi colorete.
         -No, señora.
         -No te mires ni te peines en los espejos, ¿me entendiste, animal?
         -No, señora.
         -Si tomas mis aretes te partiré la escoba en las costillas. O mejor, te la meteré por donde tú sabes. Supongo que te gustará.
         -Sí, señora.
         La voz se apaciguó:
         -Sólo quiero café.
         -Como guste, señora.
         -Puta.
         -Sí, señora.
         -Volviste temprano. No levantaste nada esta tarde. No hueles a hombre. Por eso volviste temprano.
         -Sí, señora.
         -Puta, puta, puta.
         -Sí, señora.
         -Sólo quiero café.
         -Sí, señora.
         -Te pago bien.
     Siempre pagaba bien la señora. Antonia hubiera querido decírselo. Gritárselo en la cara. La señora pagaba muy bien todos los servicios. Esperó en su cuarto, acomodando la ropa, mientras el agua hervía. Los pequeños estarían hambrientos y molestos. "Queridos", dijo Antonia. Terminó de preparar el café y añadió las gotas. Hormigas en el cuerpo, sudor entre los dedos: batió el café con la cucharita de plata. La mujer bebió en la cama con los ojos cerrados. "Sabroso", dijo. "Muy sabroso", dijo.  "Envenéname, puta", dijo. Se recogió como una niña gorda y malcriada.  "No te olvides, no andes por ahí esta noche", dijo y se durmió con el pocillo en la mano. Antonia sintió que era un gato mientras la contemplaba, entre el temor y la fascinación, se acarició los dedos, se mordió la boca. Semen debería ser el olor que exhalaba el cuerpo en reposo. El pecho subía y bajaba, subía y bajaba, subía y bajaba. El pocillo cayó de entre los dedos y se abrió como una fruta podrida. No despertaría en mucho tiempo. Unos dedos temblorosos desenrollaron la cuerda. "Puta", dijo Antonia con regocijo, y el mundo comenzó a girar con una velocidad vertiginosa. Ató las manos y ató las manos atadas a la cabecera de la cama. Apartó las cobijas y descubrió que la señora le había ahorrado el trabajo de desvestirla. Ballena blanca varada en la playa de la sábana. Ató los tobillos y ató los tobillos atados a una pata de la cama. La amordazó. De la cocina trajo la botella de miel y embadurnó el cuerpo de la ballena. Después fue a su cuarto por los pequeños, los besó uno por uno antes de liberarlos. Hambrientos, se encaramaron en el inmenso cuerpo. Encontró las tijeras en el cajón de la mesita de noche y rápidamente, con violencia y desorden, recortó los cabellos rojizos y el musgo del sexo, estrelló los frascos de esmalte contra los espejos, apagó la lámpara y cerró la puerta. Todas las luces apagadas, la casa limpia y silenciosa. Se chupó un dedo ensangrentado y escupió. Un gato atravesó la calle. Después de asegurar la última puerta, Antonia arrojó la llave al jardín y dejó la casa, con la caja de cartón de la ropa casi a rastras. Hacía frío y la brisa le desordenaba el pelo sobre la cara, escupió baba y sangre contra el andén. Compraría una vendita en la farmacia si aún estaba abierto.


miércoles, 21 de diciembre de 2011

Casa de citas / John Grisham / El secreto

John Grisham
JOHN GRISHAM
EL SECRETO

Lo más importante es conseguir un buen suspense. Crear un héroe que simpatice con el lector, aunque sea imperfecto, y ponerlo en peligro, quizá frente a una gran conspiración, y llegar a un desenlace satisfactorio.




martes, 20 de diciembre de 2011

Casa de citas / Bohumil Hrabal / Algo que todavía desconozco



Bohumil Hrabal
ALGO QUE TODAVÍA DESCONOZCO
Así, extranjero y ajeno, cada anochecer me dirijo a mi casa, en silencio voy por las calles inmerso en una profunda meditación, paso de largo tranvías y coches y peatones, perdido en una nube de libros que acabo de encontrar en mi trabajo y que me llevo a casa en la cartera, así, soñando, cruzo en verde sin percatarme de ello, sin topar con los postes ni con la gente, camino apestando a cerveza y a suciedad, pero sonrío porque tengo la cartera llena de libros de los cuales espero que por la noche me expliquen algo sobre mí mismo, algo que todavía desconozco.  


Bohumil Hrabal
Título original: Prílis hluoná samota
Una soledad demasiado ruidosa
Buenos Aires, Ediciones Destino, 1990.
Páginas 16, 17.



lunes, 19 de diciembre de 2011

Casa de citas / Bohumil Hrabal / Lomo de libro


Bohumil Hrabal
LOMO DE LIBRO
Pero, al igual que en las aguas sucias y turbias de un río en el desagüe de una fábrica, resplandece de vez en cuando un pez magnífico, en el río de papel viejo también brilla a veces el lomo de un libro precioso; deslumbrado, miro un rato hacia otra parte antes de cogerlo, lo seco en el delantal, lo abro y huelo el texto, y sólo después fijo los ojos en la primera frase y la leo como si fuera una predicción homérica; entonces guardo el libro entre otros bellos hallazgos en una caja tapizada de estampas que alguien volcó en mi sótano por equivocación junto con varios libros de oraciones.



Bohumil Hrabal
Título original: Prílis hluoná samota
Una soledad demasiado ruidosa
Buenos Aires, Ediciones Destino, 1990.
Páginas 13, 14.



domingo, 18 de diciembre de 2011

Casa de citas / Bohumil Hrabal / Visiones


Bohumil Hrabal
VISIONES

… Mis abuelos y bisabuelos, a quien también les gustaba empinar el codo, a veces tenían visiones, se les aparecían seres salidos de los cuentos de hadas: mi abuelo vagabundo tropezaba con ninfas de agua, su padre, en el patio de la cervecería de Litovel, veía duendes y genios y hadas; en cambio yo, que soy culto a pesar de mí mismo, echado en la cama debajo del baldaquín de dos toneladas, veo Schelling y Hegel nacidos el mismo día y el mismo año; un día, vino cabalgando hasta mi cama Erasmo de Rotterdman en persona para preguntarme cómo se llegaba al mar.  

Bohumil Hrabal
Título original: Prílis hluoná samota
Una soledad demasiado ruidosa
Buenos Aires, Ediciones Destino, 1990.
Páginas 58, 59.



viernes, 16 de diciembre de 2011

Esteban Dublín / Breve entrevista a Triunfo Arciniegas

Conversando con Carlos Drummond de Andrade
Copacabana, Rio de Janeiro, 2011

Esteban Dublín

Breve entrevista a Triunfo Arciniegas

Internacional Microcuentística

Revista de Microrrelatos y otras brevedades 

15 de diciembre de 2011


Triunfo Arciniegas es un escritor colombiano, nacido en Málaga. Magíster en Literatura (Pontificia Universidad Javeriana) y Especialista en Traducción (Universidad de Pamplona). Ha publicado El jardín del unicornio y otros lugares para hombres solos (2002), Noticias de la niebla (2003), Mujeres muertas de amor (2008), Cuerpo de amor herido (2010) y Mujeres (2011). Su obra para niños sobrepasa los cuarenta títulos.

Obtuvo el VII Premio Enka de Literatura Infantil en 1989, el Premio Comfamiliar del Atlántico en 1991, el Premio Nacional de Literatura de Colcultura en 1993, el Premio Nacional de Dramaturgia para la Niñez en 1998, el Premio de Literatura Infantil Parker en 2003 y el Premio Nacional de Cuento Jorge Gaitán Durán 2007.

IM: Escribes cuentos y microrrelatos con periodicidad y disciplina. ¿Cuáles crees que sean las diferencias esenciales entre ambos géneros más allá de la extensión?
TA: Quisiera escribir microrrelatos con periocidad y disciplina pero no siempre ocurren. Estoy atento. Atrapo la imagen por las orejas y trato de hacer funcionar la magia. Los microrrelatos se parecen a los poemas, tanto por su sólida estructura como por su naturaleza de relámpago. Un microrrelato es una iluminación. En cambio, el cuento es el desarrollo de una anécdota.

IM: En tu blog, Mester de brevería, publicas microrrelatos de diversos autores del mundo. ¿Cuáles son tus parámetros para elegirlos?
TA: En primer lugar, en Mester de brevería publico textos que me gustan. Que estén bien escritos. Que valgan la pena. Que me sorprendan. También depende del azar.

IM: Tienes diferentes blogs donde abordas la literatura desde diferentes ángulos. ¿Cómo crees que contribuyen las herramientas digitales a la literatura de hoy?
TA: Los tiempos cambian. Vengo de las cartas y los telegramas y ahora estoy con el correo electrónico y Facebook. Los tiempos cambian a una velocidad vertiginosa. El vicio de leer es el mismo pero otros son los soportes, y otras las maneras de llegar al lector. Estoy en perpetua cacería del lector.
    Los blogs me divierten, me integran al mundo. Estoy montando una biblioteca personal de uso colectivo. Quiero tenerla a la mano donde vaya, ya que los libros pesan tanto. Los libros se quedan en casa pero los blogs viajan conmigo.

IM: ¿Cuáles son los autores infaltables en la biblioteca de un escritor que quiera dedicarse al microrrelato?
TA: Monterroso, Arreola, Ana María Shua, Kafka, Cortázar, Borges.

IM: ¿Hacia dónde va el microrrelato en Colombia? ¿Crees que haya un futuro editorial?
TA: No sé hacia dónde va el microrrelato y su futuro editorial es muy incierto. No veo a las editoriales muy interesadas en este tipo de literatura. La novela ocupa el lugar de privilegio.

Un libro: Madame Bovary.
Una película: Pulp Fiction.
Un autor: Raymond Carver
Una comida: Camarones al ajillo.
Un aroma: la mujer amada.
Un deseo: París.
Un amor platónico: Claudia.
Un odio: Los políticos.
Un equipo de fútbol: Ninguno. No me apasiona el fútbol.
Una frivolidad: las revistas de vanidades.

***
Aguas profundas, Triunfo Arciniegas
Dicen cosas siniestras del hombre que lee en la mesa del fondo mientras se enfría el café. Dicen que vive en aguas profundas. Que las mujeres desaparecen en sus entrañas. Me pregunto cómo lo saben si el hombre no determina a nadie. Fuma con la brasa dentro de la boca y se rasca sin pudor donde sea, viene y se va sin avisar, cuando le da la gana, como si el resto del mundo no existiera. Huele a eucalipto. Apenas percibo el olor, uno o dos minutos antes de su entrada, preparo el café tal como le gusta, cargado y sin azúcar, aunque apenas lo prueba. Nunca agradece el servicio. No me importan sus modales ni su biografía porque deja generosas propinas. En realidad, no hay altanería en sus gestos, como podría pensarse. Sus suaves ademanes pretenden el olvido. El olor se desvanece en dos o tres horas. Arrojo el café al lavaplatos, cuelgo aparte el pocillo y luego barro las escamas alrededor de la silla.
http://revistamicrorrelatos.blogspot.com/2011/12/breve-entrevista-triunfo-arciniegas.html
  

jueves, 15 de diciembre de 2011

Triunfo Arciniegas / Dulce jueves

Nude
by Robert Hannaford
 Triunfo Arciniegas
DULCE JUEVES

Esta mañana, para Dulce Jueves, el escritor colombiano Esteban Carlos Mejía seleccionó ocho textos de Noticias de la niebla. El autor le envía una vez más su agradecimiento.

Triunfo Arciniegas
Bogotá, 15 de diciembre de 2011

Reclining Nude
by Robert Hannaford

Corazón de menta

Sentí la tibieza mientras la muchacha me exploraba, primero con sus dedos, luego con sus dientes, luego con sus uñas, destrozándome el traje, haciéndome crujir como las hojas secas bajo los zapatos, y la mano empuñada, conmigo dentro, descendió, me soltó junto a una sandalia vacía y un pie desnudo, en la oscuridad del teatro, sin mi perseguido corazón de menta, el mismo que la muchacha revolcaba con su lengua.


Sirena

1
Por Facebook me pide fotos desnuda, y sólo he podido enviarle algunas de la cintura para arriba.

2
Le fascinan mis pechos. ¿Qué dirá del resto de mi cuerpo?

3
Me duele que, cuando le enseño mis tesoros a través de la cámara del Messenger, se le escurra la baba imaginando la belleza de mis piernas.


El hombre bala

Detesto esa manía de confundir los espacios. Su arrojo, su velocidad, su puntería, arrancan merecidos aplausos en el circo. Mi marido no entiende que en casa debe tomarse las cosas con calma. Entra y estalla dentro de mí en cuestión de segundos.


Devoción conyugal

Se me ofreció como una perra y saciamos hasta el sudor los más oscuros deseos, pero se fue temprano porque, según dijo, debía prepararle el desayuno a su marido.


Corrientes alternas

En coitos circuitos me electroputas.


Bolero según Gregorio Samsa

Ya sé que sólo soy un insecto en tu vida.


Fetichista

Adoraba hasta los pies de página.


El tamaño del infierno

Al parecer, estoy en el cielo. Me rodean los ángeles. Quiero decir, acosado por una lujuria que nadie comparte, persigo a los ángeles, bellos, de largas piernas, vientre terso y senos al aire. Se ríen de mí cuando les explico mis pretensiones.


De Noticias de la niebla, 2003


Reclining Nude 2
by Robert Hannaford


Triunfo Arciniegas, escritor colombiano, nacido en Málaga (Santander). Magíster en Literatura y Especialista en Traducción.
            Ha publicado El jardín del unicornio y otros lugares para hombres solos  (2002), Noticias de la niebla  (2003),  Mujeres muertas de amor (2008), Cuerpo de amor herido (2010) y Mujeres (2011).
             VII Premio Enka de Literatura Infantil, 1989, con Las batallas de Rosalino. Premio Comfamiliar del Atlántico, 1991, con Caperucita Roja y otras historias perversas. Premio Nacional de Literatura, Colcultura, 1993, con La muchacha de Transilvania y otras historias de amor. Premio Nacional de Dramaturgia, 1998, con Torcuato es un león viejo. Premio de Literatura Infantil Parker, 2003, y Premio Nacional de Cuento Jorge Gaitán Durán, 2007 con Mujeres muertas de amor.


Esteban Carlos Mejía
¡Dulce jueves!

















miércoles, 14 de diciembre de 2011

Diario / Visa USA



Triunfo Arciniegas
VISA USA
9 de diciembre de 2011

Ya no me duele la espalda. O al menos no me duele tanto. La dicha alivia el cuerpo. Me desperté antes de las cuatro de la mañana y leí a Murakami durante casi dos horas. Me alisté y salí del apartamento después de las seis. Tomé un taxi y a las siete en punto estaba haciendo fila frente a la Embajada Americana. Llamaron a la gente de los turnos de las siete y las siete y media a otra fila. Yo seguí en la cuatro hasta las ocho más o menos. Luego pasé a la fila dos y finalmente a la fila uno, según nos iban indicando. A esa hora ya teníamos chuleado la hoja de confirmación y nos habían pegado con un gancho la foto de cinco por cinco. Solo deberíamos tener a la mano esta hoja y el pasaporte. De lo contrario, seríamos devueltos al final de la fila. Allí todo se hace con absoluta precisión. Entré a la embajada a las ocho y media: la hora exacta de mi cita. Nos registraron con los respectivos aparatos, nos revisaron los bolsos y entregamos el celular. Entonces hice cola frente a una de las ventanillas donde verifican la autenticidad del pasaporte. No fue una fila muy larga pero sí muy lenta. Me tocó con la mujer más minuciosa. Mi reciente y flamante pasaporte no tuvo problemas, por supuesto. Luego fui a otra fila para la toma de las huellas. Habían pasado tres horas y media de espera cuando hice la cola de la entrevista. Me asignaron la ventanilla siete y esperé exactamente una hora más. Estaba en situación de privilegio para ver los favorecidos y los rechazados y, según mis estadísticas, los primeros son menos que los segundos. Si a uno le niegan la visa, le entregan de inmediato el pasaporte. Si no, se lo quedan unos diez días. Uno ve los derrotados con su pasaporte en la mano y la desilusión en la cara. Más que derrotados, humillados, después de tanto trámite, de tantas horas de internet, de los ciento cuarenta dólares en Helms y de los sueños de la tierra prometida. Todo se va al carajo en cuestión de minutos. Tuve un pequeño incidente a la hora de pasar a la ventanilla. Creí que era mi turno, pero otra persona aseguró que era el suyo y pasó. Tuve que dejarlo. Al fin y al cabo, pensé con maldad, le van a negar la visa. Y me conviene porque el hombre de la ventanilla siete niega una y concede la siguiente. Observé su pinta: se había traído su vieja chaqueta de cuero, sus vaqueros desgastados y sus tenis viejos. Que se vista como se le dé la gana, pero no este día, por Dios. El hombre estuvo casi diez minutos y, por supuesto, le negaron la visa. Disimuló muy bien la rabia y se alejó con su pasaporte en la mano. Entonces llegó mi hora. Me acerqué con paso firme y en traje ajeno. Me despacharon en cuestión de tres o cuatro minutos. Me pidieron el pasaporte  y la hoja con el código de barras y me preguntaron a qué iba. “Voy a Nueva York a ver pintura”, dije. O: “Quiero conocer Nueva York y quiero ver pintura”. Algo así dije. Me preguntaron dónde me quedaría y cuánto tiempo. Me preguntaron el estado civil, me preguntaron si tenía hijos, me preguntaron si había viajado a otros países. Enumeré con regocijo los países que he visitado en estos diez años y entregué  mi antiguo pasaporte para que vieran las visas y los sellos de entrada y salida. Me preguntaron a qué fui a Chile. “A un congreso de escritores”, dije. “Ah, usted es escritor”, dijo el hombre del otro lado del vidrio. Le dije que había publicado cincuenta y dos libros y estaba tan acelerado que le hubiera contado el argumento de todos y me hubiera quedado parado ahí por lo menos hora y media y le hubiera respondido todo cuando hubiera querido sin intercalar una sola mentira (porque mentir es la peor brutalidad que uno puede cometer en este caso), hubiéramos tomado un café y hasta nos hubiéramos fumado un cigarrillo, pero hizo un gesto con la mano, algo así como cálmese por favor y dijo las palabras mágica: “Su visa ha sido aprobada”. Algo así dijo, en español y con una pronunciación perfecta. Me precisó que en diez días me entregarían el pasaporte y empecé a reírme, tal como había visto a otros, y le dije: “Usted no sabe lo feliz que me ha hecho”. Lo vi sonreír y me alejé de la ventanilla y así, riéndome, salí de la embajada. Eran las once y media. Llamé a Alejandra y a otros habitantes de mi corazón mientras volvía al apartamento a pie, bajo un sol inclemente, sudando como un caballo pero absolutamente feliz y, según Hemingway, “con todos los sueños intactos”.





martes, 13 de diciembre de 2011

Diario / En traje ajeno

Autorretrato con traje ajeno
Bogotá, 9 de diciembre de 2011

Triunfo Arciniegas
EN TRAJE AJENO
5 de diciembre de 2011

La lluvia baja la temperatura de este infierno: San José de Cúcuta. He completado sin tropiezos la primera etapa de mi viaje a Bogotá. Vengo de Pamplona y tengo el último vuelo de mañana: ocho y cuarenta y cinco de la noche. Tengo casi dos días para volver a leer Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal. Si acabo antes, traigo de reserva El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon.
Iré a la entrevista de la embajada con traje prestado: saco, pantalón, camisa, corbata, zapatos. Todo es de René. Tengo que encontrar a alguien que sepa hacer el nudo de la corbata. Hace unos veinte años que no me disfrazo de señor. Voy con traje porque la pinta influye. Dicen que aunque la mona se vista de seda mona se queda, pero siempre le irá mejor de seda. No puedo presentarme con mi habitual pinta de vagabundo en una embajada: estaría perdiendo de entrada. No puedo llegar con botas y morral, con jean y chaqueta de cuero. Además, en cuestión de minutos, debo hacer que vean al escritor y no al maestro de escuela, al tipo cuyos libros se distribuyen por Latinoamérica y no al pobre hombre perdido en la niebla de las montañas de Pamplona.
El asunto del traje ajeno no es novedad en mi vida y me hace acordar de un cuento de Ray Bradbury sobre unos tipos pobres que se turnan un traje para seducir mujeres o algo así. Jorge Eliécer Pardo me heredó su ropa en mis tiempos de miseria bogotana. Es más: me gradué como maestro de escuela con ropa regalada. El profesor Yañez le consiguió a mamá un pantalón y una camisa en uno de los almacenes de la Calle Real de Pamplona y le advirtió que no me dijera nada. Pensaba que el orgullo me impediría usar la ropa. Lo supe muchos años después y aun ahora, cuando veo al profesor Yañez, siento una oleada de agradecimiento. La última vez le regalé uno de mis libros. Cuando yo era estudiante de la Escuela Normal y él un prefecto de disciplina muy estricto, se enteró de los problemas que tenía con mi padre. No nos hablábamos sencillamente. El profe me dijo: “Qué, ¿usted salió de mejor familia que su taita?” No he podido olvidar esta frase. Y es verdad: los hijos vienen no con el pan debajo del brazo sino con dos o tres estratos más.



lunes, 12 de diciembre de 2011

Diario / 300


Triunfo Arciniegas
300
4 de diciembre de 2011

Con el menú de Mick Jagger en Lima, De otros mundos llega a las 300 entradas. En total, sumando las siete cabezas, las entradas alcanzan la bonita cifra de 882. Los días no alcanzan para el material que se presenta para De otros mundos: tengo casi dos años listos para subir. Aunque la literatura es su principal alimento, la música ha entrado con fuerza. La tipografía y la moda han hecho presencia. Y la publicidad y la gastronomía vienen en camino. Con los otros blogs, en cambio, me veo a gatas. El más difícil de todos es Biografías. Preparar una biografía puede significar tres o cinco días de trabajo. La biografía de Cortázar me ocupó casi una semana. Hice por lo menos cinco borradores. Pero Biografías y Biographies dan orden a los otros blogs (De otros mundos y Mester de brevería en el primer caso, Kiss y Dragon en el otro). El lector puede buscar al autor que le interese tanto en español como en inglés y averiguar qué materiales hay disponibles en los blogs. En Biografías figuran hasta el momento 38 autores, y en Biographies, 31. El panorama tendrá más sentido cuando llegan a cien o algo así. Tarde o temprano todos mis autores favoritos tendrán una magnífica galería y esta biblioteca virtual será una maravilla. Dos o tres años más de trabajo, supongo.



sábado, 10 de diciembre de 2011

Diario / El invierno de nuestro descontento

Perro en la niebla
Chíchira, 2008
Fotografía de Triunfo Arciniegas

Triunfo Arciniegas
EL INVIERNO DE NUESTRO DESCONTENTO
3 de diciembre de 2011


Después de dos enredadas semanas (ahora que todo se hace por internet), conseguí cita en la embajada americana para el viernes 9 de diciembre. Tengo vuelo a Bogotá el martes en la noche. Con este invierno creo que por tierra llegaría el año próximo.
Me voy el lunes temprano para Cúcuta. Espero que logre llegar en el transcurso del día porque hay derrumbes: a veces no hay paso durante diez o doce horas. He destinado un día para un trayecto de hora y cuarto. Para miserables setenta y cinco kilómetros.
Estamos aislados en Pamplona, condenados a la niebla, pues tampoco hay paso para Bucaramanga, la otra ciudad con aeropuerto más o menos cercana.
           Creo que se puede viajar a Málaga. ¿Pero qué voy a hacer por allá? La abuela murió hace más de veinte años y la infancia queda cada vez más lejos.
El estado de las vías en Colombia es absolutamente precario, calamitoso y mortal. La gente muere en esos derrumbes, bajo toneladas de tierra. O le cae una roca encima. Parece un cuento de Arreola.
En el gobierno se echan la culpa unos a otros, y todo sigue tal cual. Los ricos van por el aire. Y los ricos están en el gobierno. El gobierno vuela, el pueblo echa pata.
El estado de las vías es espantoso y la corrupción lo es todavía más. Roban aquí y roban allá. Los Nule, encargados de las vías bogotanas, hicieron su agosto con la plata de los colombianos y ahora están en la cárcel. Pero la platica ya nunca aparecerá. Roban aquí, roban allá. De cuando en cuando cae un político que, por supuesto, siempre es inocente y objeto de la persecución de sus enemigos. Roban aquí, roban allá. Roban en el sector de la salud: juegan con la vida. Si por casualidad alguno cae pagará tres o cinco años y saldrá a disfrutar del botín el resto de vida. Los Nule y otros de la misma calaña. Roban aquí, roban allá. Algunas cosas se saben, otras no se sabrán nunca. Se destapa un escándalo y pasa. Todo pasa. Cada semana pasamos a otro escándalo. Los mismos ladrones dicen: “El escándalo pasa y la platica queda”. Cínicos, ladrones, políticos. En este caso, sinónimos. Me pregunto por qué tanta ambición. Tal vez pensarán que cuando mueran les echarán en el cajón todo el dinero que se robaron.
Un político decía en campaña: "Dios no me ha permitido hacer todo lo que he querido". Lo oí: no me lo contaron. Es decir, con nuestro voto, y Dios mediante, hará de todo. Dan ganas de llorar.
Pasa el invierno y todo sigue tal cual.
Hasta el próximo invierno, en dos o tres meses.