domingo, 20 de febrero de 2011

El matrimonio según Monterroso


Fotografía de Fenix Felicific

Triunfo Arciniegas
EL MATRIMONIO SEGÚN MONTERROSO

Al despertar, su mujer todavía estaba ahí.


Triunfo Arciniegas
Noticias de la niebla
Ediciones Gato Negro

sábado, 19 de febrero de 2011

Cenicienta

Triunfo Arciniegas
CENICIENTA

El hombre encontró la zapatilla en la escalera, después de la fiesta, y la conservó para el placer de sus noches solitarias.



Triunfo Arciniegas
Noticias de la niebla
Ediciones Gato Negro

viernes, 18 de febrero de 2011

In Wonderland


Johny Depp
El Sombrerero Loco
Alicia en el país de las maravillas


Triunfo Arciniegas
IN WONDERLAND


Alicia es una maravilla pero no consigo atravesar el espejo.



Triunfo Arciniegas
Noticias de la niebla
Ediciones Gato Negro

miércoles, 16 de febrero de 2011

Se busca


Triunfo Arciniegas
SE BUSCA


Después de meses de suspirar en la ventana, una noche la princesa desapareció. Se deshizo en suspiros. Aunque la vieron con un hombre en el puerto, en la corte todavía se aferran a la versión de los suspiros.


Triunfo Arciniegas
Noticias de la niebla
Ediciones Gato Negro

martes, 15 de febrero de 2011

Lobo

Scarlett Johansson
Triunfo Arciniegas
LOBO

Se me escurre la baba mientras acecho en el bosque. Tarde o temprano ha de pasar. La piel de lobo, de moda entre las niñas, ha subido de precio.


Triunfo Arciniegas
Noticias de la niebla
Ediciones Gato Negro

lunes, 14 de febrero de 2011

Ariadna

Fotografía de Pedro Marques Pereira
Triunfo Arciniegas
ARIADNA


Mientras Teseo, victorioso, enrolla el hilo que le permitió salir del laberinto, Ariadna llora la suerte del minotauro, que ya nunca la encontrará.




Triunfo Arciniegas
Noticias de la niebla
Ediciones Gato Negro

domingo, 13 de febrero de 2011

La espada


Ilustración de Emil Alzamora

Triunfo Arciniegas
LA ESPADA

Viejo y cansado, el minotauro se hundió en el corazón la espada de Teseo.


Triunfo Arciniegas
Noticias de la niebla
Ediciones Gato Negro


sábado, 12 de febrero de 2011

Bolero según Gregorio Samsa

Fotografía de Baciar
 Triunfo Arciniegas
BOLERO SEGÚN GREGORIO SAMSA

Ya sé que sólo soy un insecto en tu vida.



Triunfo Arciniegas
Noticias de la niebla
Ediciones Gato Negro

viernes, 11 de febrero de 2011

Declaración de una mosca en el juzgado

Ilustración de Triunfo Arciniegas

Triunfo Arciniegas

DECLARACIÓN DE UNA MOSCA
EN EL JUZGADO


Así es, señoría. Mató a toda mi familia: abuela cegatona, mamá cojitranca, papá cascarrabias, cuatro hermanos. Siete de un solo golpe, señoría. Maldito sastre. ¿Valiente, señoría? Pinche sastrecillo.


Triunfo Arciniegas
Noticias de la niebla
Ediciones Gato Negro


jueves, 10 de febrero de 2011

Según la ley

Corresponding
Fotografía de Adam Albrec
  Triunfo Arciniegas
SEGÚN LA LEY


Como la ley exigía ofrecer a los dioses los cabellos o prostituirse con los extranjeros durante siete años, las mujeres se acogían al principio de antes putas que calvas.



Triunfo Arciniegas
Noticias de la niebla
Ediciones Gato Negro


miércoles, 9 de febrero de 2011

Aguas profundas

Ilustración de Stephie Bennett
Triunfo Arciniegas
AGUAS PROFUNDAS


Dicen cosas siniestras del hombre que lee en la mesa del fondo mientras se enfría el café. Dicen que vive en aguas profundas. Que las mujeres desaparecen en sus entrañas. Me pregunto cómo lo saben si el hombre no determina a nadie, si viene y se va sin avisar cuando le da la gana, como si el resto del mundo no existiera. Huele a eucalipto. Apenas percibo el olor, uno o dos minutos antes de su entrada, preparo el café tal como le gusta, cargado y sin azúcar, aunque apenas lo prueba. Nunca agradece el servicio. No me importan sus modales ni su biografía porque deja generosas propinas. En realidad, no hay altanería en sus gestos, como podría pensarse. Sus suaves ademanes pretenden el olvido. El olor se desvanece en dos o tres horas. Arrojo el café al lavaplatos, cuelgo aparte el pocillo y luego barro las escamas alrededor de la silla.


Triunfo Arciniegas
Noticias de la niebla
Ediciones Gato Negro

martes, 8 de febrero de 2011

Leyenda

Egon Schiele
Desnudo tumbado con los brazos hacia atrás, 1910
Madrid, Museo Thyssen Bornemisza

Triunfo Arciniegas
LEYENDA

Los colibríes escapan de la boca de las niñas del convento.


Triunfo Arciniegas
Noticias de la niebla
Ediciones Gato Negro

lunes, 7 de febrero de 2011

El alma de las fiestas

Gothic world
Ilustración de MsÂly Kâ

Triunfo Arciniegas
EL ALMA DE LAS FIESTAS


Bailo y me retuerzo para dicha de todos, cuento chistes y hago bromas, y al llegar a casa, me quito la pierna y me tiendo en la cama con mi espantosa vida.


Triunfo Arciniegas
Noticias de la niebla
Ediciones Gato Negro

sábado, 5 de febrero de 2011

Triunfo Arciniegas / Shakira y yo


Shakira y yo

De pronto alguien que come escorpiones vivos sube a Youtube un video y el contador de visitas se dispara como un cohete. De pronto el mundo descubre la voz de oro de una cantante gorda y cuarentona en un pueblo olvidado o de un vagabundo que ya había perdido toda esperanza, y los contadores de sus videos se infartan. La gorda se pone bonita y graba su voz maravillosa y nos estremece hasta los huesos. Y en cuanto al vagabundo, ahora bien vestido y recién salido de la peluquería, hasta Jack Nickolson le ofrece trabajo. Uno se pregunta cómo pudo caer tan bajo como para mendigar en los semáforos, con semejante vozarrón, pero cosas así pasan en el mundo, cosas locas, inesperadas y casi siempre conmovedoras. Los cuentos de hadas todavía son posibles.
     Con Shakira el cuento es otro. La sólida carrera de la cantante colombiana, fruto de su tesón e inteligencia, conjugados con el talento y la belleza, es motivo de orgullo y admiración de propios y extraños. García Márquez interrumpió su obra hace más de una década para deshacerse en elogios ante tal prodigio y Jaime Bayly rememoró su frustrada pasión de otros tiempos, cuando Shakira acababa de llegar a Miami, no era rubia ni hablaba inglés. Entonces ni siquiera su nariz era tan delicada. El escritor peruano estaba dispuesto a cambiar de peinado y de bando por la linda fuereña, pero no pasó nada, y cada quien por su lado.
     A Shakira Mebarak Ripoll la hemos visto año tras año desde que era una mocosa de pies descalzos, perfeccionándose, alcanzando meta tras meta, dominando los mercados más esquivos y llegando literalmente donde ningún cantante latino había llegado, desde cuando preguntaba “dónde están los ladrones” hasta ahora que no se sabe qué demonios dice. Los ladrones siguen donde mismo haciendo de las suyas, y Shakira en todas partes. En Moscú, en Tokio, en El Cairo, en Estambul, en todos los rincones de Europa, en toda América, en todos los continentes recién descubiertos y en otros por descubrir, se escucha su voz, y todos han contemplado el meneo de sus caderas. Cada vez es más rica, cada año compra una nueva residencia en alguna parte del planeta y cada vez tiene más dinero para donar. Porque cada vez su música se adapta más al mercado, y vende, y vende, y vende. “Chequera, Chequera”, le cantan ahora. Por eso mismo no sorprende, aunque emociona, la noticia que siguió a la ruptura de su relación con su antiguo novio, el pobre Antonio: el record en Youtube, el billón de visitas.
     Ciertamente, señoras y señores, según informa Yahoo, Shakira superó las mil millones de visitas en Youtube. Un número inimaginable, como bien comenta la cantante. Un sueño. “Waka-Waka”, himno oficial del mundial de fútbol de Sudáfrica 2010, superó la bonita suma de 300 millones de visitas. “Loca”, en cambio, apenas alcanza miserables 250 millones de visitas. “Suerte”, para qué mencionarlo: 47 millones. “Hips don’t lie”, 45 millones, qué vergüenza, y “Loba”, 35 millones, quién diría.
     Todo este sinuoso preámbulo para anunciar a mis contactos de Facebook y los lectores de Letralia este blog, “Ficciones”, que ha superado las 500 visitas, una cifra difícil de creer. Necesito estrategias, atiendo sugerencias. Necesito crear tantos blogs como videos de canciones de Shakira navegan en la red. Tengo uno solo repartido en tres cabezas, como un cerbero, el perro que vigilaba las puertas del inframundo griego. En “Ficciones” van mis asuntos, en “De otros mundos” las delicias que voy encontrando por el camino, ya sean cuentos o poemas, entrevistas, comentarios de libros, de pronto fragmentos de mi diario o crónicas de viaje, canciones bellas o fotografías, pues no quiero ceñirme estrictamente al marco literario, y en “Mester de brevería”, recién iniciado, pretendo recoger textos cortos o minicuentos o minificciones o microrrelatos de todas partes del mundo con la única condición de que sean maravillosos, geniales, pequeñas joyas o pequeñas obras maestras. Diría que van de una frase a una cuartilla. Encuentro el texto, busco una ilustración o una foto que se le ajuste y subo todo al blog. Si hay datos sobre el autor, qué maravilla, y si se consigue la tapa del libro, mucho mejor. Se trata de un abrebocas a la obra de cada escritor. Por una sola línea fascinante alguien terminará leyendo a un maravilloso autor el resto de su vida.
     Se me hace agua la boca al pensar en las maravillas que recogeré, frutos luminosos para pasar la noche o jugosas presas para aliviar el escándalo de las tripas del cancerbero. Me fascina este perpetuo estado de cacería, el susto de ladrón en casa ajena y la certeza de que volveré con el tesoro o al menos una muestra, una moneda reluciente, insoportable para la codicia del lector.
     Las tres cabezas del cancerbero están conectadas por hipervínculos. Con un click el visitante puede navegar a su antojo, sin permiso alguno y absolutamente gratis. Ciertos temas pueden llevarlo a otras partes del mismo blog o de pronto a Youtube o a Letralia, esta maravillosa revista, casa de los escritores latinoamericanos.
     Le agarré el tiro al blog, que en otros años hacía conmigo lo que se le daba la gana. Subo un texto en dos o tres minutos si todos los materiales están preparados de antemano. Darle de comer a este feroz animal de tres cabezas tiene sus ventajas porque, entre otras cosas, practico una lectura minuciosa, muy analítica, aprovecho mis fotografías y las ajenas, practico el photoshop y desempolvo mi fascinación por los idiomas. Uno esculca el texto y las fotos con ojo de entomólogo antes de subirlos. Uno empieza a descubrir en todas partes materiales que quisiera compartir de inmediato. Se entabla una deliciosa conversación con una criatura sin nombre ni rostro: me refiero a los lectores que van encontrando el blog y que constituyen una extraña presencia y sin duda alguna el sentido de todos estos bellos afanes. Uno sabe que ese alguien está ahí, al otro lado, en la habitación contigua y en el mismo hotel de paso de este mundo que todos compartimos. En momentos de lucidez puedo percibir su respiración y hasta el ritmo de sus sueños.
     Belleza es lo que ofrezco, algo de fascinación, un bradburiano remedio para melancólicos, un exquisito puerto para los bebedores de relámpagos. Conjugación de palabras e imágenes, arquitectura del lenguaje para los ojos y traba para la mente. Y como diría Nabokov, que no disfrutó de estos universos, una poderosa corriente recorre la columna vertebral.
     Los escritores no llenamos estadios ni arrastramos multitudes, no nos acosan para pedirnos autógrafos, no nos reproducen en afiches ni nos buscan para negocios de publicidad. Ni siquiera nos acusan de violación. Nuestro pan de cada día depende de la generosidad de los lectores, de las miserables regalías. Mejor dicho, dependemos de otra cosa: el magisterio, el periodismo, la publicidad, lo que a bien se nos haya atravesado en la vida, algo que nos permita comer y pagar el alquiler y demás servicios mientras practicamos, casi a escondidas y en tiempos robados, los altos oficios de la magia.
     Ya no fuimos otra cosa. Ni estrellas de cine o del deporte, ni una cara famosa de la tele. Destinados al encierro, a la soledad de la escritura, parimos libros que ojalá recorran el mundo y consigan amigos y consuelen a muchos.
     Me falta poco, creo, para alcanzar a Shakira. Como unas 500 mil vidas. Seguiré creyendo. Y ahora que me falta poco, muchísimo menos que ayer o antier, pues el contador de visitas se disparó a 666, ¡demonios!, veo la cara de preocupación de la cantante, veo que se muerde el dedo, veo que se escribe los asuntos pendientes en el dedo. Supongo que los nervios alteran su memoria y temo que, de seguir así o empeorar, terminará escribiendo en toda su piel la letra de sus canciones, y será una delicia verla leer en sus conciertos. 

Triunfo Arciniegas
Pamplona, 3 de febrero de 2011

viernes, 4 de febrero de 2011

Tirana


Red Ribbon

 Triunfo Arciniegas
TIRANA

Soñé que arrojabas
mi corazón a los perros

Desperté y fue verdad

jueves, 3 de febrero de 2011

Triunfo Arciniegas / La chaise qui perdit un pied


Vincent van Gogh
La silla de Vincent con pipa
Arles, diciembre 1888
Londres, National Gallery

Triunfo Arciniégas
LA CHAISE QUI PERDIT UN PIED
Traduction :
Marie-France Eslin

Cette chaise était différente parce qu’il lui manquait un pied. Au début il y avait six chaises, belles, brillantes, autour d’une table. Six belles chaises qui se racontaient des histoires.
     L’une d’elles raconta la cruelle histoire du nain qui, une nuit, raccourcit les pieds de sa chaise parce qu’il n’arrivait pas à s’asseoir. « Il aurait dû acheter un escabeau », répliquèrent les autres, alarmées, mortes de peur. Mais le nain aurait eu les pieds en l’air et cela ne lui plaisait guère. Une nuit donc il raccourcit le premier pied le cinq centimètres, puis ensuite les trois autres, mais le nain était vraiment très petit et il ne put monter dessus. Il souffla avec rage la sciure. Le jour suivant il raccourcit de dix centimètres chaque pied mais cela ne suffit pas non plus. Puis un autre jour encore dix centimètres et la chaise n’en pouvait plus de douleur. « Il aurait dû s’acheter une boîte d’allumettes pour s’asseoir », dirent les autres, scandalisées, et elles détestèrent à jamais les nains. « Il s’est acheté des échasses — dit la chaise qui racontait l’histoire — et il s’en fut parcourir le monde pour oublier ses malheurs. » Horrible, ce nain, qui de plus s’habillait en vert et mettait des chaussures rouges, quel assemblage horrible !
     Alors, la chaise, infatigable, leur parla du pays des géants qui dévoraient des oiseaux. Ils n’avaient pas de chaises parce qu’ils s’asseyaient sur d’énormes pierres au bord des fleuves où ils plongeaient leurs pieds pour les soulager de la poussière et la chaleur ; ils ne souffraient jamais de la faim car il y avait des oiseaux en abondance et il leur suffisait de tendre la main pour en attraper une douzaine. Ils n’en faisaient qu’une bouchée en recrachant d’un souffle les plumes et buvaient toute l’eau du fleuve. Ils mangeaient et buvaient en abondance, comme des géants. La chaise bavarde leur demanda si elles voulaient entendre l’histoire de la baleine qui faisait des petits ballons chaque fois qu’elle soupirait et toutes s’écrièrent que non ; ou mieux encore, l’histoire de l’âne qui crachait des pièces d’or, de jolies pièces, et volait aussi dans les airs, et les malheureuses chaises se récrièrent à nouveau presque en la suppliant.
     Puis elles parlèrent du menuisier qui les avait fabriquées à la perfection.
     Et c’est ainsi que détestant nains et géants, elles passaient leur vie.
     Elles ne furent pas toujours belles et éclatantes ; à l’usage elles s’écaillèrent, s’abîmèrent et commencèrent à branler. Alors qu’on les manipulait avec hâte et qu’on les empilait, l’une d’entre elles se cassa un pied. Comme il ne vint à l’idée de personne de l’envoyer chez le menuisier, on la mit dans un coin et on l’oublia.
     La pauvre, boiteuse et honteuse, n’arriva jamais à se traîner jusqu’au banquet perpétuel de la table.
     Sur son squelette les araignées s’empressèrent de tisser leurs toiles compliquées et au milieu des toiles une mouche s’empressa d’agoniser. Ce fut une fin terrible.
     Les cinq chaises qui restaient continuèrent leur vie de toujours, elles parlaient et parlaient de tout et de rien : du rayon de soleil qui les enveloppait le matin, du chiffon rouge de la femme qui les époussetait, du chat. Elles avaient complètement oublié la chaise boiteuse. Elles se croyaient belles encore et la beauté les rendait orgueilleuses, aveugles. Personne ne parlait de grincements, d’égratignures ni de pieds cassés.
     Un jour une voisine vint pour qu’on lui prêtât une chaise parce qu’elle avait un visiteur qui était debout. Le visiteur dut rester toujours car la voisine ne rendit jamais la chaise. Comme la chaise tardait à revenir, les quatre autres, selon la coutume, l’oublièrent. Comme si depuis toujours elles n’avaient été que quatre.
     Elles parlaient des très belles sandales de la demoiselle qui venait prendre le café à quatre heures avec la dame, des jambes potelées qu’elle étirait et repliait, de sa robe rouge, de leur conversation. Le monde devenait fascinant, la dame et la demoiselle donnaient envie de se précipiter dans la rue, au jardin public, au théâtre, partout. Elles paraissaient si heureuses, elles riaient de tout, et de ce fait les chaises aussi.
     Une nuit, un voleur pénétra dans la maison par une fenêtre restée ouverte, et ne trouvant rien de plus précieux sous la main, il emporta une chaise. « Je m’assiérai pour regarder le soir tomber », se dit-il en se faisant une raison. Naturellement cette chaise ne revint pas non plus.
     Les trois chaises parlaient, parlaient, parlaient. La vie était belle.
     Trois chaises autour d’une table. Pour les trois personnes de la maison ; l’homme, la femme el l’enfant.
     Le petit préférait la chaise éclaboussée de peinture par la femme quand elle avait décoré les pots de fleur. Il grimpait dessus avec difficulté et la chaise craignait, sans le dire à personne, que ne se reproduisît l’histoire du nain.
     Jusqu’au jour où arriva ce que les chaises n’avaient pas imaginé : celle qui branlait le plus se démantibula : la femme avait grossi. L’enfant de la maison voulut faire un petit chariot avec ses débris éparpillés. Il essaya toute la matinée et pour finir il n’y eut ni petit chariot ni chaise.
     Alors se présenta un problème : à chaque repas l’un des trois restait debout. L’homme faisait asseoir la femme sur ses genoux. Mais la femme était vraiment grosse, l’homme suffoquait et la chaise grinçait, ils eurent peur de perdre encore une chaise. L’homme alors montait l’enfant sur ses genoux et la femme utilisait l’autre chaise. Mais l’enfant remuant et espiègle renversait presque toujours sa soupe sur le pantalon de l’homme. C’était le drame : l’homme devenait furieux et criait comme un fou et la femme courait lui chercher un pantalon propre tandis que l’enfant sanglotait dans un coin. Cela ne pouvait durer. L’homme acheta une chaise verte ; il s’en fut au marché et revint avec la chaise sur la tête. C’était une chaise très moderne, en plastique, avec des vis, des pieds en métal bien écartés, qui ne s’entendit pas avec les autres.
     Elles n’étaient plus que deux de cette génération, assez plaintives, assez miteuses, qui regardaient d’un mauvais œil la nouvelle chaise. Deux vieilles chaises en cèdre qui médisaient de rage, vertes d’envie. « Quelle honte, disaient-elles, regardez ces grandes guibolles, cette couleur si vulgaire… » Elles ne furent jamais amies.
     L’une des vieilles chaises se sentit mal, très mal. Elle devenait pâle, de plus en plus pâle de jour en jour. Aucun médecin ne vint la soigner. L’autre approchait son oreille et entendait le bruit incessant de son squelette.
     Les vers, décréta-t-elle. Les vers sont en train de te manger, ma chère.
     La malade crut entendre une voix joyeuse.
     Pour qui se prend-elle, cette sotte ? pensa-t-elle, elle se croit éternelle.
     La pauvre chaise s’écroula.
     L’autre resta seule, parlant toute seule, se racontant souvent l’histoire de l’âne qui volait dans les airs. Elle devint folle dans la solitude. Elle ne supportait pas les chaises vertes, car maintenant elles étaient deux et elles parlaient, elles parlaient, heureuses et très bruyantes.
     Sa seule consolation était le chat, qui la préférait pour se chauffer au soleil. On la traînait dans le patio le matin pour que le chat paresseux puisse profiter du soleil, mais parfois on l’oubliait, au soleil et à la pluie, au vent, des nuits durant où la lune la terrifiait. Son squelette lui faisait mal et plus encore les éclats de rire humiliants des autres.
     Et ainsi jusqu’à son dernier jour.
     « Elle ne sert plus, dit l’homme, elle ne sert plus à rien. On va la donner à un mendiant. »
     Il en fut ainsi. Un mendiant passa et l’emporta en la tirant, laissant des traînées dans la poussière : la chaise put voir l’homme qui entrait dans la maison avec une autre chaise verte sur la tête.
     A la tombée du jour, avec les débris de la vieille chaise, le mendiant heureux fit une flambée qui le chauffa toute la nuit.

Olver Gilberto de León
Jorge Eliécer Pardo
Colombie: à choert ouvert
París, Editions François Majault, 1991. 

LA SILLA QUE PERDIÓ UNA PATA

Esta silla era distinta porque le faltaba una pata.
     Al principio eran seis sillas hermosas, brillantes, alrededor de una mesa. Seis hermosas sillas que se contaban historias.
     Una de ellas contó la cruel historia del enano que una noche recortó las patas de su silla porque no alcanzaba a sentarse. "Debió comprarse una escalera", replicaron las otras, alarmadas muertas de horror. Pero al enano le quedaban lo pies en el aire y eso no le gustaba. En una noche le recortó cinco centímetros a la primera pata, luego otros cinco a las tres restantes, pero el enano era muy enano y no alcanzó. Sopló con rabia el aserrín. Al día siguiente recortó diez centímetros a cada pata y tampoco alcanzó. Y otros diez centímetros al otro día y la silla ya no soportaba tanto dolor. "Para sentarse debió comprar una cajita de fósforos", dijeron las otras, escandalizadas, y detestaron para siempre a los enanos. "Se compró unos zancos -dijo la silla del cuento- y se fue a recorrer el mundo para olvidar su desgracia." Horrible aquel enano, que además se vestía de verde y usaba zapatos rojos, qué combinación, horrible.
     Entonces la silla, que nunca se cansaba, les habló del país de los gigantes que devoraban pájaros. No necesitaban sillas porque se sentaban en inmensas piedras a la orilla de los ríos, donde sumergían los pies desnudos para librarlos del polvo y el calor, ni pasaban hambre porque había pájaros en abundancia y tan solo les bastaba estirar la mano para atrapar una docena. Se los comían de un bocado, escupían las plumas de un soplo y se bebían el río. Comían y bebían en abundancia, como gigantes que eran.
     Las sillas detestaron a los gigantes.
     La silla parlanchina les preguntó si querían oír el cuento de la ballena que hacía globitos en cada suspiro y todas gritaron que no.
     O mejor, el cuento del burro que escupía monedas de oro y además volaba, unas monedas preciosas, y tampoco, otra vez gritaron las sufridas sillas, casi suplicaron.
     Hablaron entonces del carpintero que las hizo tan perfectas.
     Y así, detestando a enanos y gigantes, pasaban la vida.
     No siempre fueron hermosas y brillantes porque con el uso se descascararon y se desgastaron y empezaron a traquear. En un trasteo, con la prisa y el amontonamiento, a una de ellas se le quebró una pata.
     Como a nadie se le ocurrió enviarla al carpintero, la arrinconaron y la olvidaron.
     La pobre, coja y avergonzada, nunca consiguió arrastrarse hasta el perpetuo banquete de la mesa.
     En su esqueleto las arañas pronto tejieron sus complicadas telas y en las telas pronto agonizaba una mosca. Fue un final terrible.
     Las cinco sillas restantes siguieron su vida de siempre, hablaban y hablaban, de todo un poco. Del rayo de sol que las envolvía en las mañanas, del trapo rojo con que la mujer les retiraba el polvo, del gato. Se habían olvidado por completo de la silla coja. Aún se creían bellas y la belleza las hacía orgullosas, ciegas. Nadie hablaba de crujidos ni arañazos ni patas quebradas.
     Sucedió que la vecina vino a que le prestaran una silla porque tenía una visita de pie. La visita se quedó para siempre porque la vecina jamás regresó la silla.
     Como tardaba tanto, y de acuerdo a la costumbre, las cuatro sillas la olvidaron.
     Como si siempre hubieran sido cuatro.
     Hablaban de las bellísimas zapatillas de la señorita que venía a las cuatro a tomar el café con la señora.
     De las redondas piernas que estiraba y encogía. Del vestido rojo. De lo que ellas hablaban. El mundo se volvía tan fascinante, daban ganas de salir corriendo a la esquina, al parque, al teatro, a todas partes. La señora y la señorita se veían tan felices, se reían de todo, y así eran ellas también.
     Un ladrón entró una noche a la casa porque la ventana quedó abierta y, al no encontrar nada valioso a la mano, se llevó una silla. "Me sentaré a contemplar el atardecer", se dijo, conformándose. Desde luego que esta silla tampoco regresó.
     Las tres sillas hablaban, hablaban, hablaban. La vida era hermosa.
     Tres sillas alrededor de una mesa.
     Para las tres personas de la casa: el hombre, la mujer y el niño.
     El pequeño prefería la silla salpicada de pintura. Se trepaba con dificultad para alcanzar la jaula colgada del techo, y la silla temía sin decírselo a nadie que se repitiera la historia del enano.
     Hasta que sucedió lo que las sillas no imaginaban: se desbarató la que más traqueaba: la mujer había engordado. El niño quiso hacer un carro con sus desparramados huesos. Lo intentó toda la mañana y al final no hubo carro ni silla.
     Se presentó entonces un problema: de los tres uno se quedaba de pie a cada comida. El hombre sentaba a la mujer en sus piernas. Pero la mujer estaba realmente gorda, el hombre se sofocaba y la silla crujía. Entonces el hombre alzaba en sus piernas al niño y la mujer usaba la otra silla. Pero el niño, tan inquieto, tan travieso, casi siempre derramaba la sopa en el pantalón del hombre. Se armaba la tragedia: el hombre se ponía furioso y gritaba como un loco y la mujer corría a buscarle un pantalón limpio mientras el niño sollozaba en un rincón. Así no podían seguir las cosas. El hombre fue al mercado y regresó con una silla verde a la cabeza. Era de verdad muy moderna, de plástico y tornillos, con patas de metal muy abiertas, que no se entendió con las otras.
     Las otras, bastante quejumbrosas, bastante peladas, de otra generación, miraban con malos ojos a la nueva silla. Dos viejas sillas de cedro que chismoseaban a rabiar, verdes de envidia. "Qué vergüenza -se decían-. Mírale esas zancas tan largas, ese color tan escandaloso..." Jamás fueron amigas.
     Una de las viejas sillas se sintió mal, muy mal. Se le veía cada mañana más pálida. Ningún doctor vino a atenderla. La otra le acercaba la oreja y le oía el incesante ruido de los huesos.
     -El gorgojo -dictaminó-. Te están comiendo los gorgojos, querida.
     La enferma creyó oír un tono de regocijo.
     Qué se creerá esa tonta, pensó, se creerá eterna.
     Se desmoronó la pobre silla.
     La otra, salpicada de pintura, se quedó sola, contándose una y otra vez la historia del burro que volaba. Se volvió loca en la soledad. No soportaba las sillas verdes: porque ahora eran dos y hablaban y hablaban, felices las muy escandalosas.
     Su único consuelo era el gato, que la prefería para recibir el sol. La arrastraban al patio en las mañanas para que el perezoso gato tomara el sol, pero a veces la olvidaban, al sol y al agua, al sereno, largas noches en que la luna la horrorizaba. Le dolían los huesos y mucho más las humillantes carcajadas de las otras.
     Hasta que llegó su último día.
     -No sirve -dijo el hombre a la mujer-. Esta silla no sirve para nada. Se la damos al limosnero.
     Y así fue. Pasó un limosnero y se la llevó a rastras, dejando un caminito en el polvo: la silla alcanzó a ver al hombre que entraba a la casa con otra silla verde en la cabeza.
     Al oscurecer, con los huesos de la vieja silla el limosnero feliz hizo una fogata que lo abrigó toda la noche.


Triunfo Arciniegas
La silla que perdió una pata y otras historias
Bogotá, Panamericana Editorial

miércoles, 2 de febrero de 2011

Triunfo Arciniegas / Zeremonien

Fotografía de Cécilia Rodrigues

Triunfo Arciniegas
ZEREMONIEN
Übersetzung von Dieter Masuhr
Hören wie die Hennen Krähen

Ceremoniales

Nachts empfangen die Frauen das lauwarme Sperma ihrerbetrun-kenen Gatten, die dann bis zum Anbruch der Morgendámmerung schnarchen. Sie waschen mit Schlaf den Schweiss von den muden Brüsten, sie spülen sien nachlássig, mit Ekel. Sie spüren dunkel den Schmerz im Bauch, wenn sie auf Knien den Boden wischen, die Porzellanscherben aufsammeln, die schmutzigen Hemden, den Staub, der Elendskáfer nagt an ihnen geráuschlos. Sie vergeuden sich vor Langeweile oder beim Mittagsschlaf, die eintónigen Illus-trierten, der Sender mit dem Briefkasten für Sentimentales, die Nachrichten um sieben, die Lücke, die ihnen die Jahre übrig las-sen. Um elf denken sie an Messer. Schwerfállig schlágt jemand an die Tur.

CEREMONIALES

Las esposas reciben en la noche el tibio esperma de los maridos borrachos, luego ronquidos hasta la herida del alba. Se lavan con sueño el sudor de los senos fatigados, se hurgan con asco, con descuido. Les duele la oscura matriz mientras limpian el piso arrodilladas, mientras recogen la porcelana rota, las camisas sucias, el polvo, y el insecto de la desdicha las carcome sin ruido. En el tedio o la siesta se consumen, las revistas monótonas, la radio en el buzón sentimental, el noticiero de las siete, el hueco que dejan los años. A las once piensan en los cuchillos. En la puerta alguien con torpeza golpea.


Dieter Masuhr (traductor)
Peter Schultze-Kraft (compilador)
Hören wie die Hennen Krähen
Zúrich, 2003

martes, 1 de febrero de 2011

Triunfo Arciniegas / Wings


Triunfo Arciniegas
Wings, Two for One
Translated from Spanish by Steve Dolph

Alas a mitad de precio (Letralia)
Alas a mitad de precio

Truth is I finish the day tired. No wonder. Business is going from bad to worse. In decline, as they say. People don’t dispose of as much money as before, or as much faith. In these wicked times people aren’t interested in wings. Even at two for the price of one.
     For my grandfather, who passed down the business to us, it went amazingly, so they say. He had three houses and a horse. Times were different. He wore a big, florid, crumbcatching mustache and the boots of a war general, all captured in sepia by the photographs in the trunk. I never got to know him. With my father, though he dedicated himself to the drink, the business still flourished. He drank away the three houses and the horse. Mother abandoned us. Left us all alone. In the trunk, which I opened only after Father’s death, I didn’t find a single photograph of her. She was pretty and very cheerful. She liked musicians. Gossips say a bolero singer snatched her by the heart and dragged her down a bitter road.
     Now people laugh at the business. Who wants to fly around with some crappy wings when there are airplanes on hand? Comfortable, warm, efficient airplanes. Who could deny them? Some buy wings for Halloween or for costume parties during the holidays. Just two occasions all year. And the rest? As though the other months I didn’t eat.
     I’ve covered a ten-kilometer route through the city on foot. I don’t take the bus because it bothers the other passengers, what if all of a sudden I poke out their eyes, and the taxi’s expensive. Now I leave the house with only one pair of wings. If I manage to sell them the day’s a success and I don’t try for more. Today I couldn’t.
     I was about to. Just before noon, in La Castellana, which is a rich neighborhood, I saw a boy in the window of a white house. His air of helplessness attracted me. I started asking him questions. At first he didn’t even look at me. Then I made him laugh. He looked like he wanted to play with a beautiful pair of wings. Often I keep up tedious conversations, there’s lots of layabouts in the city who want to kill time with a guy who insists on selling wings, but the boy had a gift. He had grace. Only the wings were missing. He confessed his wish to jump from tree to tree, like the squirrels, to escape the monster who swallows the night by the mouthful. We were having fun when his mother came and scolded him for talking to strangers. I never even got to offer a price for the wings. I like to talk with customers. They should feel happy with their purchase. In the end, you don’t buy wings every day. I say I was about to but who knows. With women it’s just as unlikely. Either they ask for a discount or they assume their kids aren’t interested in wings.
     To rest my swollen feet I go into El Limonar and ask for a black coffee. I stretch my hand under the table, secretly loosen my laces and sense the bearable lightness of being. The owner serves me the coffee without a word. He’s probably tired of customers only asking for coffee. At the back table an old guy nods off in front of an empty cup. The owner doesn’t show any interest in the wings. He’s fat. So fat that without a doubt his pants could hold three wing salesmen. I forgot my book of poems. I could have edited a verse during this delicious hour. Maybe a new poem would have come to me, it’s been months since I had a visit from the Graces. At home less-than-poetic work is waiting for me. I have a room near the square in the oldest neighborhood in the city, refuge for poets and frauds, crazies who sell necklaces and art critics who praise the beatific and starve to death. And thieves. There’s a handful of scary thieves. When it gets late we pass each other. “Don’t mess with that guy,” says one, “He sells wings.” And they leave me be. As they say, I’m more screwed than the thieves themselves. Rough work. Or what if suddenly they need a pair of wings. How else will they get to Heaven? My window faces the square, where a tree shelters the birds. A window to air out the soul. Whoever climbs the tree can see the cemetery. You quickly get used to the nearness of the dead who, among other things, don’t cause any trouble at all. They don’t rob. I should brush the wings when I get home, dust them. People touch but they don’t buy. Fondlers. Sometimes I have to clean them, with infinite care, with lady fingers. They can’t look secondhand or the business won’t profit. I dream of wing paste, of women doused with honey rolling around in feather beds, of bloodstained wings. I stretch my hand under the table and scratch with gusto.
     When I make a sale I go to the cinema. The movie doesn’t matter. If I’ve seen them ten times I like them the same. What matters is that in the warm darkness of the theater I can take my shoes off. A while back I met my girlfriend at the Teatro Almirante Padilla. Carmencita Garay, native of San Juan de Río Seco, really pretty, with thin legs, and she loved gum. She thought she was the reason I went to see Gone With the Wind so much. Women are that delusional. I think it’s a record: she’d seen the movie thirty seven times in ten years. Our love affair didn’t last long. She fell for a bookseller. The other day I saw them eating popsicles in the Parque de los Cerezos. Totally pregnant, dressed in pink and blue, she said so long with a wave. I saw the bookseller ask her who that guy was. I saw laughter fly from her mouth and a piece of popsicle after. Oh, Carmencita Garay, gone with the wind. My beloved, what a sweet word.
     I still think about her. If I’d shown her my book of poems she might have married me. I have a picture of her in my wallet. She gave it to me when I proposed. She didn't answer. Only blew a lock from her forehead. Saying good-bye, with one foot in the bus, she gave me the picture. Afterward she met the bookseller and they got married in a hurry.
     I’m not in a rush but the subject of marriage worries me. If I don’t get married I won’t have kids. And if I don’t have kids, I won’t know who to pass the trunk down to or the wing business. It’s not a trunk with many treasures: only photos, an antique camera, tops, a revolver that no longer works, a woman’s ring. Veils and shrouds fall from the clouds, they say, and it’s true because unless she falls from the sky I don’t know how another woman could love me. I’m a tired man. No one’s going to marry an old pilgrim. I’m all suffering. Life has passed me by, selling wings and writing a book. My voice has changed in the past few years.
     I’m still thinking about Carmencita Garay when a miracle happens. A girl showered in tears enters El Limonar, sits down at the next table and lets people look. The owner approaches to take her order. Maybe the woman will choose a dessert and a delicious cappuccino. I’d like to see her with a milk mustache. But I don’t think that with those tears she’ll choose something so cheerful.
     —A glass of water, please.
     I thought so. The owner makes a gesture of disillusion, of disgust. Why open a business for this. Water and coffee, the clients don’t ask for more. Tears don't interest the owner.
     The woman drinks the water slowly. It comes out her eyes in a hurry. Hypnotized, I approach, study the shape of her neck and offer the wings.
     —Fly away, I tell her.
     She stands, puts on the wings and takes off. At the door she turns to look at me and I guess blows me a kiss with the tips of her fingers. The owner runs after. I get up. The woman forgot to pay for the glass of water. I count my coins again and again: only enough to cancel the coffee. I go as far as the door. The girl has disappeared into the seven o’clock sky.
     —Just what I needed, says the owner. —Customers flying off.

Translation of "Alas a mitad de precio." Copyright Triunfo Arciniegas. By arrangement with the author. Translation copyright 2008 Steve Dolph. All rights reserved.

http://www.wordswithoutborders.org/?lab=ArciniegasWings

Alas a mitad de precio
Alas a mitad de precio (Letralia)