viernes, 1 de febrero de 2013

Casa de citas / Alejandra Arciniegas / Milú

Milú
Pamplona, septiembre de 2012
Fotografía de Alejandra Arciniegas
Alejandra Arciniegas
MILÚ

1

La perra se perdió el lunes.
Toda necia, comiendo heces de caballo y cruzando sin mirar la calle. La llamé porque iban dos camiones en el mismo carril y fue un rápido "casi" pero el susto la mandó corriendo lejos, lejos, y la perdí de vista y desde ese momento la busco. Admito que cuando mamá la trajo  a casa mantuve cierta distancia. Terminó viviendo con Pedrillo para simplificar tareas de limpieza y paseo diario. Siempre me gustó verla correr y saltar. Casi se desbarataba al ver llegar a cualquiera de nosotros. Entendía la orden de sentarse y daba la mano. Una, luego la otra. Me molestaba que al ponerle el collar empezara a retorcerse y a morderlo con ansiedad. Poco a poco se iba calmando, pero no dejaba de jadear exageradamente. Destrozó completico el mueble que papá y yo le habíamos dispuesto a Pedrillo: arrancó el costal del forro y le sacó la espuma. Dejó las huellas de sus invencibles dientes por todas partes, sin olvidar las facturas que se comió. Pedrillo también se perdió una vez como por dos meses y apareció de repente por ahí, tan flaco y sucio que al principio no lo reconocimos. Puede ser que Milú vuelva, pero también puede que no.

2

Esta mañana recibí la llamada que tanto había esperado. Una señora del barrio El Progreso dijo haber visto a Milú; que fuera a ver a la tienda de doña Cecilia. Agarré camino por la empinada cuesta del barrio preguntando en cada tienda, pero no la encontraba. Llegué donde la señora Paulina y me dijo que más arriba era Hilda y luego Silvia, que si estaba segura que así se llamaba la señora. Me hizo dudar. En ese barrio gigantesco sólo hay en dos sitios donde venden minutos. Decidí bajar a buscar dónde hacer una llamada y el azar me llevó a la tienda indicada. Cuando comenté que estaba buscando a mi perrita, la dueña de la tienda dijo: "Soy yo, soy Claudia..." Entonces me di cuenta que me había equivocado de nombre. Doña Claudia, que tenía mi número anotado en su brazo, me contó que había visto a la perra en el monte, que siempre iba por allá y le daba comida, que estaba flaca, pero que sin duda era la perrita de la foto, que habían visto el aviso hace poco, pero que ya llevaba un mes largo por esos lados. "Se la pasa por allí arriba", dijo.  Entonces fuimos a un potrero enorme donde había otros perros, pero no la vi. "Milúúú", grité con el corazón en la boca y de inmediato se asomó entre los matorrales. Yo empecé a llorar y con lo que me quedó de voz ya sobraba decir que esa era Milú. Ahí estaba la condenada. Confundida, empezó a ladrar y luego se me echó encima. Brincaba como loca. Regresamos a la tienda y la señora Claudia le dio un plato de sopa que devoró en segundos. Todavía tenía el collar azul. Le ajusté la correa de Pedrillo, pero se la quitó. Cuánto tiempo. La consentí y le dije que volviéramos a la casa, que todos la estaban esperando, y que la Negra la quería conocer. La Negra apenas tiene dos meses y es la nueva compañía de Pedrillo. Le ajusté de nuevo la correa a Milú y le di unos billetes a la señora. Seguía con los ojos inundados de lágrimas, ahora no sé si por la recompensa o por el milagro del encuentro. Bajamos corriendo y decidí llevar a  Milú a la casa de mamá. Esas caras de mamá, de Verónica, de Vanessa, cuando la vieron. Todas lloraron de alegría, no lo podían creer. No es un sueño como todos los que tuvimos este tiempo, Milú está de nuevo en casa.

Alejandra Arciniegas
Pamplona, 31 de enero de 2013



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