lunes, 12 de febrero de 2018

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Triunfo Arciniegas
Bogotá, 12 de febrero de 2018
Triunfo, el elitista

¿Desde cuándo pensar es elitismo? Siempre hacen lo mismo: atacan a la persona es vez de comentar sus palabras. Lo digo porque una supuesta amiga de Facebook se pregunta desde cuándo me volví elitista o cuál es mi estrato. Porque no brindo mi apoyo a Petro, soy ignorante, falaz, deshonesto, escritor bruto, sólo tengo cultura de Facebook, no sé nada de historia. Tengo sesenta libros publicados y una inteligencia que al menos no me ha dejado morir de hambre, tengo derecho a tomar mis propias decisiones y a expresar libremente mi pensamiento. Y lo haré mientras el populista en campaña no inaugure la dictadura.

No vengo de la pobreza: vengo de la miseria. Pero estudié y trabajé como un burro. No estudié como un burro sino trabajé como un burro. Soy hijo de herrero, escritor de palo. Desde la provincia, desde el culo del mundo, llegué a la Javeriana, la universidad de la gente adinerada en Colombia, y saqué una maestría contra viento y marea. Me gradué cuando no existía el Facebook. Para terminar un semestre vendí mi moto, mi única propiedad hasta entonces: pagaba una cuota mensual de cuatro mil pesos y mi salario era de cinco mil. A la entrada de la Universidad Javeriana los vigilantes me pedían documentos, solo a mí, porque con esa pinta de pobre, con semejantes ropas de pobre, con esos zapatos agujereados y los pies mojados, solo podía ser un ladrón o un intruso. Pero me gradué con los niños ricos y con otros que se han jodido en la vida tanto como yo.

Me gané la vida sin robarle a nadie, y compré casa sin robarle un peso a nadie, y compré una finca también, y no es una finca imaginaría como algunos pendejos bromean, que por qué se preocupan que Petro algún días les arrebate sus imaginarias propiedades, dicen, y no quiero que alguien señale mis amados tesoros y diga: "Exprópiese". Me los gané honradamente, trabajando día tras día y noche tras noche, y puedo hacer con ellos lo que se me dé la gana. Nadie puede obligarme o sembrar o llenar de vacas ese terreno, nadie. Son mis propiedades, son parte de mi reino, imaginario o no, qué importa, y no admito malparidos.

Si estuviera en Cuba y hablara mal de los Castro, estaría preso o me hubiera tocado beber la amarga copa del exilio. Y si estuviera en Venezuela y hablara mal de Chávez o Maduro, lo mismo. Hubiera perdido mi trabajo o hubieran cerrado mi periódico o mi canal de televisión o mi fábrica. O me hubieran molido a palos el carrito de helados o hubieran vuelto añicos mi salón de peluquería, para no citar ejemplos tan ambiciosos. O me hubieran asesinado en una manifestación, para mencionar el peor. Lean sobre las tristes y duras vidas de Cabrera Infante, Reinaldo Arenas y Virgilio Piñera, para citar sólo tres ejemplos cubanos, tres escritores borrados por la dictadura. O conversen con los miles de venezolanos que venden aguacates o suplican una moneda en las calles de Colombia. Vean el dolor, vean la desgracia, vean el hambre, y luego hablamos.

Colombia es una desgracia, Colombia es un mierdero, con una clase política absolutamente corrupta, con guerrilleros y narcotraficantes, con bandidos de todas las calañas, pero es mi país y quiero quedarme. Podría vivir en otro lado, pero éste es mi país: acá está mi gente, los seres que amo y que son el sentido de mi vida, aquí están mi idioma y mi amada biblioteca, aquí están los alimentos que me encantan y las mujeres que también. No quiero que las circunstancias políticas me lleven al exilio. Eso es Colombia, mi país, pero no ha llegado al abismo sin fondo de Venezuela ni al espantoso, desolado y hambriento tedio cubano.

No quiero un déspota en la presidencia, no quiero un populista que nos lleve al caos, no quiero un dictador.




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